Muestra individual, instalación sitio específico.
Lugar: NN Galería. La Plata.
Fecha: del 19 de septiembre al 15 de octubre de 2022.
Curaduría: Sofía Dourron.
Texto de sala: Un lugar a donde ir
En 1972 se terminó de construir en el barrio Ginza de Tokio la Nakagin Capsule Tower, la primera torre de departamentos cápsula del mundo. Las pequeñas cápsulas removibles, pensadas para ser reemplazadas por nuevas unidades cada 25 años, medían 2,3 x 3,8 x 2,1 m cada una y contaban con una pared de electrodomésticos, armarios empotrados y un baño parecido a los de los aviones y los micros de larga distancia. En la pared del fondo se abría una gran ventana circular que llenaba el cubículo de luz natural. La torre había sido concebida para albergar minúsculas oficinas o residencias para hombres solos, los salarymen, cuya vida transcurría en las miles de oficinas corporativas de la ciudad. La torre, recientemente demolida, fue diseñada por el arquitecto Kisho Kurokawa, uno de los más prominentes representantes del movimiento Metabolista iniciado por Kenzō Tange en los años 60. Los miembros de este movimiento de post-guerra creían fervientemente en la influencia del espacio y la funcionalidad sobre la sociedad y la cultura del futuro. Por eso, sus edificios se proyectaban como estructuras que le daban forma a una sociedad cambiante, listos para adaptarse a lo que pudiera depararles la posteridad. Sin embargo, la mayoría de los proyectos metabolistas no perduraron lo suficiente en el tiempo como para comprobar sus efectos sobre la sociedad japonesa. La hipótesis entonces sigue sin corroborarse, ¿son las estructuras arquitectónicas y urbanísticas las que producen formas de organización social, usos y funciones del espacio o son las demandas de las formaciones sociales las que resultan en propuestas arquitectónicas que desbordan los usos y funciones ya conocidas?
Guiada por sus intuiciones sobre los espacios que transita, Mariela Vita se pregunta ¿qué podrían tener en común la metabólica torre Nakagin, un gimnasio improvisado en una playa de Río de Janeiro, el área de entrenamiento de una escuela naval militar en Ensenada, una plaza de juegos diseñada por el escultor Isamu Noguchi en Atlanta y una tienda de Prada diseñada por Herzog & de Meuron? Además de ser formas, planificadas o espontáneas, de la arquitectura: lugares de trabajo, descanso u ocio respectivamente, según la tríada de zonas de la Ciudad Funcional modernista de Le Corbusier, son también formas de habitar el espacio urbano. Además de demarcar límites físicos para actividades específicas, definiendo los movimientos posibles y deseables de los cuerpos en cada uno de ellos, estos lugares organizan jerarquías en la disposición de las cosas y las personas e imponen una serie de normas y conductas aceptables, así como los discursos y gestos necesarios para que funcionen correctamente.
Habitar estos espacios implica que lxs sujetxs son moldeados por sus límites físicos y por la reproducción de unos órdenes y saberes específicos, cuya desviación sólo es posible en el desplazamiento hacia los márgenes. Así como la pequeña vivienda cápsula delimita los movimientos del cuerpo y reduce las actividades del hogar a un único espacio, proponiendo un conjunto de relaciones que ocurren en su gran mayoría en solitario y fuera del espacio habitacional; el precario gimnasio a cielo abierto establece conductas, gestos, actitudes, ejercicios y formas de socialización vinculadas a la producción del cuerpo como objeto de consumo en el espacio público. Cada espacio reproduce entonces un modo determinado de ser y de habitar la ciudad.
Vita, en cambio, recopila todo tipo de espacios en un gran mural de figuras de hierro, creando una especie de aldea utópica en la cual un conjunto de cuerpitos geometrizados rebota alegre y sin restricciones por las calles. De cada uno de estos pequeños modelos, la artista extrae y aísla estructuras y elementos para componer con ellos un espacio ensamblado, de uso indefinible, pero que quiere, definitivamente, ser habitado. El resultado es un collage espacial en el que conviven un pequeño habitáculo de 2.20 x 2.40 x 1.80 m lleno de papelitos fileteados, una hamaca con orejas de gato, pesas de cemento alisado blanco, barras fijas y móviles para cuerpos y movimientos diversos, escaleras para subir, bajar o simplemente sentarse y hasta un gato de lengua acolchonada para descansar. Un lugar a donde ir contiene elementos de diferentes sistemas fijos de relaciones, pero también crea nuevas relaciones posibles en las que las normas y los usos del espacio se confunden y se dispersan. Aquí los cuerpos pueden diseñar sus propias experiencias y formas de habitar, inventando gestos y movimientos, imaginando nuevas formas de vincularse con los objetos y de ocupar los límites de lo conocido. Se desbordan así las materialidades concretas, para establecer una arquitectura efímera, porosa y conflictiva, una medianera entre la utopía y su materialización heterotópica, donde lxs sujetxs subvierten las condiciones mismas de la materialidad.
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